Mitos y cabello: Cleopatra

Mitos y leyendas sobre el cabello: Cleopatra

Cleopatra ( nació en el año 69 y murió en Alejandría en el año 30 antes de Cristo). Fue la última gobernate de la dinastía ptolemaica del Antiguo Egipto. También fue diplomática, comandante naval, lingüista y escritora de tratados médicos.

Cleopatra fue una mujer paradigmática, representada siempre en el mundo de la ficción con una negra y cuadra melena simétrica de recto flequillo. Legendaria por su magnetismo, se sirvió de él para gobernar un imperio. Julio César y Marco Antonio, los dos hombres más importantes de la época, cayeron sometidos ante sus encantos.

Sin embargo, se desconoce cómo era el color de su piel, pelo y ojos; aunque por su origen macedonio quizá fuese de tez clara y cabello rubio. Su nariz era grande, como la boca, arqueada tal y como aparece en algunas monedas. Sin duda era de estatura pequeña. De ella no se ha conservado ninguna escultura, salvo un pequeño busto.

La productiva dedicación a los asuntos políticos e intelectuales no impidió a Cleopatra prestar atención a su aspecto físico. Los egipcios de aquella época, de refinadísima higiene, en lugar de presumir de un pelo abundante, se afeitaban la cabeza y la cubrían con telas cuadradas que se ceñían a las sienes, sobre las orejas, con angulosos pliegues. En ocasiones especiales llevaban pelucas de pelo natural, de lino o de palmera, cuyos restos han podido encontrase en tumbas excavadas, y que estuvieron de moda durante más de mil años.

También era común entre las mujeres egipcias depilarse íntegramente cualquier vello corporal, incluido el púbico, al que consideraban foco de suciedad y fuente de infecciones. No se sabe si Cleopatra compartió estas costumbres. Dicen los textos apócrifos que padecía una alopecia intensa que le obligaba a llevar peluca, independientemente de la moda.

La imagen de su belleza, así como la de su pelo negro y abundante, es probablemente la justificación que una mujer fea y calva logró mantener gracias a una personalidad cautivadora.

Extraído del capítulo 2 del magnífico libro “Cuidemos de nuestro pelo” del Dr. Ramón Grimalt.

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